«Las congas son bellas porque no van a ninguna parte”, Jep Gambardella.
“La grande belleza”, no sólo es un retrato de la decadencia social contemporánea, es mucho más que eso. Es una película ambiciosa, que habla de sentimientos, transmitidos con autenticidad por Gep Gambardella, un escritor trasladado a Roma a los 26 años que, tras el gran éxito alcanzado con su primera novela-“L’apparato umano”, se precipita a una vida mundana y licenciosa que lo aleja de la creación literaria, sustituida por un periodismo banal y sensacionalista. Las palabras pronunciadas por su voz en off, en medio de la inolvidable secuencia inicial de la fiesta de su 65 cumpleaños, nos introducen un personaje fascinante: “Mis amigos siempre daban la misma respuesta: la fess”. Yo, en cambio, respondía: el olor de las casa de los ancianos. La pregunta era: ¿Qué es lo que realmente te gusta más de la vida? Estaba destinado a la sensibilidad. Estaba destinado a convertirme en un escritor… “
He visto esta película, al menos unas cuatros veces, y la razón que me ha movido a escribir sobre ella, obviando la potencia de sus imágenes y la espectacular actuación de Toni Servillo (Actor de tradición teatral napolitana con una dicción , que el mejor de los doblajes arruinaría el film), ha sido quizás, mi punto de vista sobre la ciudad, que de alguna manera confluye con estas palabras pronunciadas por Paolo Sorrentino en una entrevista :“Es una ciudad que en realidad no conozco y, de hecho, es una ciudad que no quiero conocer en profundidad, porque como todas las cosas que se entienden bien, el riesgo de la desilusión está siempre al acecho. Por lo tanto, me limito a intuirla, a atravesarla todos los días como un turista sin billete de retorno, y soy feliz así. Finjo no escuchar las críticas incesantes de sus habitantes ni creer las invectivas furibundas de los de fuera sobre la pobreza cultural y moral de la ciudad. Cobardemente, me tapo los oídos. No quiero que me arruinen el sueño. Prefiero concentrarme en la dulzura de ciertas puestas de sol, en la inexplicable suavidad del clima y del estado de ánimo que sólo Roma te consiente, en los lentos paseos sin destino que te prometen siempre llevarte a lugares inéditos e irrepetibles. Y que, a veces, hasta mantienen la promesa”.
La gran belleza es eterna, como Roma, pero también etérea y fugaz. La puedes ver al alba paseando por el Tiver, bebiendo de una “fontanella” junto al “Giardino degli aranci”, cuando sólo se escucha el canto de los pájaros y las monjas de Santa Sabina recogen las naranjas caídas. Ojearla desde la cerradura de la puerta del “Priorato”, que ofrece, a través de uno de los pasillos de sus secretos jardines, el camino a una vista en miniatura de la gran cúpula de San Pedro. Puedes sentir esa belleza en el rumor de la corriente del Ganges o del Nilo, inmortalizados en la “Fontana dei Quattro fiumi” de Bernini, cuando la noche libera “Piazza Navona” del bullicio turístico.
Gep Gambardella, el rey de los mundanos, el mismo que ejerce y retiene el poder de hacer fracasar las innumerables juergas nocturnas de una burguesía moderna y decadente, merodea esos lugares y en esos momentos, buscando un disfrute puramente estético que lo desligue de las vidas devastadas de quienes frecuenta, albergando la esperanza de recuperar su identidad perdida de escritor. Gep sabe que ese disfrute estético puro, dura un instante y no vuelve a repetirse. Dura lo que el clic fotográfico de un turista, para morir justo después devolviéndolo irremediablemente a lo mundano.
La mayoría de las potentes secuencias de Sorrentino muestran Roma por la noche y al amanecer. Porque la belleza es un sueño, una utopía que el rey de los mundanos trata de alcanzar en esos instantes para liberarse de su alienación. Su identidad perdida la identificamos con el punto más bajo de una fiesta realmente decadente: “I trenini”-los trenecitos. Una danza, practicada en cada fiesta, tan divertida como estúpida y vacía, y que describe ese torbellino constante de insensatez de todos sus personajes. Es el momento en el que la no comunicación, la hipocresía, el juego de roles, el fingir ser otro distinto de uno mismo, encuentra su zénit, su máximo esplendor. “La Grande bellezza”, en este sentido, se asoma al vacío, y construye una metáfora sobre la fatiga e incomodidad que puede suponer la falta de adaptación al ambiente que nos rodea, o nuestro esfuerzo, a veces en vano, de adaptarnos a él.
Gep lo sabe. Con cierta amargura sostiene, mientras bebe de su copa, que estos paisajes de tristes ritos sociales son los mejores para todos los demás, despertando cierta ternura en el espectador. Se nos muestra por primera vez la fragilidad consciente de un personaje, hasta el momento, fuertemente agarrado a un cinismo que parece describir su estado natural, su verdadero yo. Pero es el mismo personaje en cuya cabeza rondan, desde un principio, las grandes preguntas con las que Breton inicia “Nadja”: “¿Quién soy yo?, ¿a quién frecuento?”…El mismo que busca en sus vecinos prelados y amigos directores de teatro y espectáculos, respuestas a cuestiones trascendentales e ineludibles ligadas a la espiritualidad y al concepto de belleza. Sobre dichas respuestas Gambardella proyecta un deseo frustrado de evasión, que se corresponde también con los hermosos trenecitos, cuyo destino desconoce, del mismo modo que desconoce las respuestas que busca.
No es casual que Gep viva rodeado de instituciones religiosas, porque en Roma conviven lo sagrado y lo profano. Existe espacio para la eternidad y el instante, la vida y la muerte al mismo tiempo. Una de las escenas memorables se produce en el “palazzo Della Rovere”. Propiedad de la Orden del Santo Sepulcro, al tiempo que parcialmente ocupado por un hotel de lujo, alberga un restaurante frecuentado, en curiosa convivencia, por prelados de la curia vaticana y celebridades como el cantante Antonello Venditti. Gep Gambardella invita a su acompañante Ramona a fijarse en la mundana desenvoltura de un cura pidiendo champán “Cristal” –nunca por debajo de los 200 euros y pudiendo elevarse considerablemente—para cortejar a una monja…”-No te puedes imaginar lo instructivo que resulta vivir rodeado de tal cantidad de órdenes religiosas”
La búsqueda de la “grande Bellezza” es también la búsqueda de nuestra identidad perdida, o más bien, enterrada bajo la cubierta del embarazo de estar en el mundo, de la que nos queremos deshacer. El monólogo final de Gepp, recordando su primera experiencia sexual con Elisa en un faro junto al mar, lo aclara.: “Termina todo con la muerte. Pero primero ha existido la vida, escondida bajo el bla bla bla. Todo se sedimenta bajo la charlatanería y el ruido, el silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo. Los exiguos e inconstantes rayos de belleza. Y a continuación, la desolación de una existencia siempre igual, la bajeza y el envilecimiento del hombre miserable…más allá, está el más allá. Yo no me ocupo del más allá. Por lo tanto, que esta novela comience. En el fondo es sólo un truco”.
Y así es la visión de Gep. Rayos de belleza se alternan con las mezquindades del hombre miserable. Pequeños destellos, que sólo el más experimentado en los trucos de la luz, puede llegar a percibir, pero aceptando previamente la pobre herencia que le ha dejado una vida devastada.
Roma también puede ser concebida como una hermosa mujer. La fascinación por su belleza puede desatar el flechazo, pero esa misma belleza puede ser abrumadora y, tras la incomprensión, provocar la huida presa del miedo o la desilusión ( es lo que le ocurre a Romano, el guionista amigo de Jep, interpretado por Verdone, que abandona la ciudad y vuelve a la provincia junto a sus padres…”Roma mi ha molto deluso”).
En cualquier caso, y a pesar de esa aparente frivolidad, Roma se muestra como una escuela de vida, con todos sus elementos. Sólo tenemos que prestar atención a la provocación de Stephania a Gep en su Ático…Nunca había visto una secuencia en la que se desenmascarase de forma tan efectiva a una persona sometida al autoengaño y que cree poder sostenerlo buscando las carencias en la vida de Gep o de cualquier otro de los que acompañan esa velada nocturna en su ático…pero no desvelaré ese diálogo, porque es de lo mejor del film….
La belleza, es quizás una utopía, pero no pensemos en la utopía como un trasto inservible, sino como algo útil y creativo. Por eso quizás Eduardo Galeano escribió: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar. Por eso, tal vez los músicos, escritores, pintores, escultores, continúan componiendo, escribiendo pintando y esculpiendo. Al final, ningún ruido cuenta, sólo las ideas puras. Gep ha hecho desaparecer el ruido y acaba de empezar a escribir…“En el fondo es solo un truco…”
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