Esta semana proponemos una bella metáfora sobre la vida, lleno de simbolismos, espiritualidad y belleza. El director coreano Kim Ki-Duk nos regala un sencillo cuento taoísta de gran profundidad metafórica y bien cargadita de mindfulness y crecimiento personal. Sin caer en nigún tipo de mensaje facilón ni moralista, esta película nos habla del presente, un presente en donde todo cambia si, pero todo permanece también.
Nuestra colaboradora Vivoleyendo disecciona las estaciones/etapas de la películas explicando todos sus elementos simbólicos. Que lo disfruteis.
La vida, como la tierra, tiene sus estaciones, por Vivoleyendo
El director coreano nos conduce por un espiritual, hermoso, sensorial y duro viaje simbólico por la vida. Un viaje fascinante que refleja el ciclo perpetuo de la naturaleza: desde el orto al ocaso, desde el despertar de un nuevo ser vivo hasta su decadencia, pasando por las diversas etapas que definen la existencia: la inquieta e irreflexiva juventud, la expiación de los errores, la resignación, la experiencia y la sabiduría, la necesidad de transmitir nuestro legado a la siguiente generación, la preparación para la muerte…
PRIMAVERA
La naturaleza despierta de su letargo invernal. Una explosión de vibrante energía recorre el bosque, cubriéndolo de brotes de intenso verdor. Las especies se reproducen, sienten la llamada de la perpetuación y crean nuevas réplicas de sí mismas. Los nuevos retoños comienzan a crecer y a dar sus primeros pasos por el camino de la existencia, un camino que es al mismo tiempo incierto e inmutable, cambiante y reiterativo.
El nuevo ser empieza su aprendizaje, que le prepara para sus andanzas por el mundo. Juega, ríe despreocupadamente, comete travesuras que le van enseñando el valor de la culpa y del respeto hacia la vida y los sentimientos ajenos. Es un potrillo jugando a descubrir las maravillas que le rodean, aventurándose, equivocándose, empapándose de vivencias y recuerdos que irán construyendo los cimientos de su personalidad.
Y, junto al pequeño cachorro, su tutor y maestro, que ha acumulado la suficiente sabiduría como para saber guiar suave y firmemente a su pupilo, mostrándole las grandes lecciones que el cachorro debe interiorizar para madurar.
VERANO
La naturaleza ha eclosionado en un estallido irreprimible y la savia corre a raudales por las venas en su plenitud.
El aprendiz se ha convertido en un joven impetuoso atormentado por sus pasiones, por las urgencias de su cuerpo joven y fogoso. Se abandona al deleite de los sentidos, a la fuerza irresistible del amor, a la inocencia de los primeros goces de la pasión.
Ciego y sordo, el joven ignora las advertencias y los consejos de la voz de la experiencia. El maestro sabe muy bien que no se puede detener con una mano un estruendoso y caudaloso torrente, y lo deja seguir su curso y cometer sus propios errores. Nadie aprende por cabeza ajena y todos tenemos derecho a meter la pata por nuestra propia iniciativa.
OTOÑO
Época en la que comienza la madurez del follaje, en la que las hojas se desprenden de su fuente de vida para ir a morir sobre la tierra cansada. Todos los tonos del ocre, del amarillo y del rojo dominan el paisaje difundiendo su mensaje de digna decadencia.
Sobre el aprendiz se cierne la rabia por las decepciones padecidas, el arrepentimiento por sus errores, el sufrimiento por todas las puñaladas que la vida le ha asestado. Y se somete a un nuevo aprendizaje. El aprendizaje de la expiación de las culpas, de la resignación y la aceptación, mientras su maestro le ayuda con firmeza a atravesar por esta dura etapa.INVIERNO
Todo el paisaje queda paralizado en una muerte de hielo, congelado en su blancura nívea que confiere una quietud casi sobrenatural.
El aprendiz se transforma a su vez en maestro. Habiendo interiorizado y canalizado los dolores sufridos, habiéndose conformado y reconciliado consigo mismo, se sumerge en su plenitud, en una madurez tocada por la contemplación, la reflexión y la compasión.Y PRIMAVERA…
La naturaleza despierta de su letargo invernal. Una explosión de vibrante energía recorre el bosque, cubriéndolo de brotes de intenso verdor. Las especies se reproducen, sienten la llamada de la perpetuación y crean nuevas réplicas de sí mismas. Los nuevos retoños comienzan a crecer y a dar sus primeros pasos por el camino de la existencia, un camino que es al mismo tiempo incierto e inmutable, cambiante y reiterativo…
El nuevo ser empieza su aprendizaje, que le prepara para sus andanzas por el mundo. Juega, ríe despreocupadamente, comete travesuras que le van enseñando el valor de la culpa y del respeto hacia la vida y los sentimientos ajenos. Es un potrillo jugando a descubrir las maravillas que le rodean, aventurándose, equivocándose, empapándose de vivencias y recuerdos que irán construyendo los cimientos de su personalidad.
Y, junto al pequeño cachorro, su tutor y maestro, que ha acumulado la suficiente sabiduría como para saber guiar suave y firmemente a su pupilo, mostrándole las grandes lecciones que el cachorro debe interiorizar para madurar…
Vuelta a empezar.
Todo es un gran ciclo. Las estaciones. La vida y la muerte. El día y la noche. Los años.
Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (2003, Kim Ki-Duk)
SINOPSIS Dos monjes viven en un monasterio aislado. Bajo la atenta mirada del más viejo, el más joven ve pasar las estaciones de la vida. Primavera: un niño monje se ríe de una rana que intenta librarse de una piedra que tiene en la espalda. Verano: un monje adolescente conoce el amor. Otoño: un monje de treinta años intenta hacer algo que va contra su naturaleza. Invierno: el monje está próximo a la vejez y alguien llega al monaterio. Primavera: el viejo monje conversa con la naturaleza; cerca de él juega un niño monje. (FILMAFFINITY)
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