El significado del título de la película que comentamos esta semana es una secuencia de ADN, GATTACA. Una historia futurista en donde la simbología genética está por todos lados. Por ejemplo, el principal exponente simbólico de esto es la gran escalera espiral del apartamento del protagonista o el segundo nombre de Jerome, Eugene con la misma raíz griega que eugenesia.Gattaca es una utopía cercana a Un Mundo Feliz de Huxley en donde reflexionamos sobre el valor del esfuerzo y las metas claras, el sentido de la vida, la distopía de la perfección o los límites éticos de la genética. Una película muy filmoterapeutica que nuestra colaboradora Vivoleyendo analiza esta semana. Que lo disfrutéis.
Gattaca (Andrew Nicols, 1997)
SinopsisAmbientada en una sociedad futura, en la que la mayor parte de los niños son concebidos in vitro y con técnicas de selección genética. Vincent (Ethan Hawke), uno de los últimos niños concebidos de modo natural, nace con una deficiencia cardíaca y no le auguran más de treinta años de vida. Se le considera un inválido y, como tal, está condenado a realizar los trabajos más desagradables. Su hermano Anton, en cambio, ha recibido una espléndida herencia genética que le garantiza múltiples oportunidades. Desde niño, Vincent sueña con viajar al espacio, pero sabe muy bien que nunca será seleccionado. Durante años ejerce toda clase de trabajos hasta que un día conoce a un hombre que le proporciona la clave para formar parte de la élite: suplantar a Jerome (Jude Law), un deportista que se quedó paralítico por culpa de un accidente. De este modo, Vincent ingresa en la Corporación Gattaca, una industria aeroespacial, que lo selecciona para realizar una misión en Titán. Todo irá bien, gracias a la ayuda de Jerome, hasta que el director del proyecto es asesinado y la consiguiente investigación pone en peligro los planes de Vincent. (FILMAFFINITY)
«El precio de la perfección», una crítica de Vivoleyendo (filmaffinity)
Uno de los temas candentes en la actualidad es el de los “bebés a la carta”. Bebés programados y concebidos in vitro con ciertas características genéticas concretas. Hay parejas que deciden “programar” algún hijo cuyo nacimiento no se deba al simple y puro azar, a la combinación totalmente aleatoria de genes maternos y paternos como consecuencia de una noche loca. Por ejemplo, se dan casos en los que algunas parejas deciden tener algún hijo por este método programado, para que pueda ayudar a salvar la vida de un hermano enfermo.
Incluso se ha llegado a dar el caso de gente que ha rechazado a sus “hijos a la carta” porque éstos no reunían las condiciones requeridas.
Como si los niños que están por venir fuesen creados por catálogo y pudiesen constituirse eligiendo una serie de ingredientes enumerados en un menú del día, a gusto de los clientes. “Si no está Vd. satisfecho, tiene derecho a la devolución del producto y a la restitución del importe pagado”.
¿Dónde quedan los límites de la ética, dónde queda el derecho a la vida y al libre albedrío, dónde queda esa dignidad fundamental que la naturaleza nos otorga a través de sus leyes cargadas de sabiduría?
Niccol, partiendo de esta idea tan problemática y controvertida, nos sitúa en un futuro no muy lejano en el que la carrera hacia la perfección de la especie está aniquilando algo tan bello como es concebir a los hijos por amor o por el anhelo de contacto entre las personas. En una era en la que la ingeniería genética ha dado pasos agigantados, engendrar “hijos de Dios” o “hijos de la fe”, niños sin ningún tipo de manipulación genética, es algo atrasado, pasado de moda, contraproducente. Ese tipo de criaturas son discriminadas y despreciadas por su entorno desde el mismo momento en que reciben el primer soplo de la vida. Son observadas de reojo con miradas de ligera conmiseración y de desprecio, como si fuesen reliquias de museo de alguna moda ridícula del pasado que queda expuesta para el escarnio de los observadores.
Desde luego, ya no nacen muchos niños así. Ahora, la mayoría son bebés a la carta, engendrados en laboratorio y manipulados para que sus genes sean los óptimos posibles. Desde el mismo instante en que ven la luz, una simple gota de sangre extraída dictamina la esperanza de vida, las enfermedades hereditarias, las probabilidades de padecer cualquier dolencia física y/o psíquica y rasgos del futuro carácter y de la personalidad. La deshumanización está presente ya en el mismo paritorio, sin tener en cuenta los sentimientos de unos padres que han de escuchar la voz monótona de una enfermera pronosticando una posible tendencia depresiva, una afección cardíaca y una muerte prematura. Los genes, además, son el pasaporte al éxito. Destrozando el principio de la igualdad de oportunidades y de la consecución de las metas a través de los méritos personales, la sociedad bombardea con el mensaje de que unos genes excelentes son la única garantía para cosechar el éxito en todas las esferas.
Como viene sucediendo desde siempre, no se valora a las personas por lo que consiguen con su esfuerzo ni por sus cualidades adquiridas, sino por unas características que ellos no pidieron y que les han sido impuestas antes de su nacimiento.
¿Qué posibilidades tienen los “hijos de Dios” en una sociedad monstruosamente configurada en torno al culto a lo perfecto?
Vincent es uno de esos seres defectuosos, que vino al mundo sin manipulaciones. Avergonzados por su “desliz” (vergüenza impuesta por el opresivo ambiente), sus padres después decidieron tener un hijo manipulado, más “perfecto”.
Durante todos los días de su vida, Vincent ha tenido que competir contra su hermano Anton, ha tenido que hacer frente al desprecio hacia su “imperfección”, ha tenido que pelear muy duro para conseguir metas que a otros se les ofrecen en bandeja.
Vincent posee algo que su hermano no tiene, que todas esas personas fabricadas a la carta no tienen: un coraje más allá de la resistencia, una voluntad que no se rinde ante los fuertes obstáculos que se interponen entre él y su sueño.
Él va a intentar lograr lo imposible.
No quiere ser el Don Nadie al que lo condenan, y con gran audacia y riesgo va a transgredir todas las reglas para demostrar que los genes no lo son todo. Que no determinan en absoluto lo que una persona puede llegar a ser. La valía no está en cosas que vienen predeterminadas y que no podemos modificar. Está en todo aquello que sí podemos cambiar, porque los seres humanos nos vamos formando a base de interacciones con el exterior y con múltiples experiencias que serán las que realmente irán moldeando lo que seremos.
No hay nada imposible cuando se desea con todo el corazón.
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